¡No, Chef! El fin de una era de abusos

El mundo de la cocina profesional ha sido romantizado hasta el cansancio. Series, películas y programas de televisión han creado una imagen idealizada de chefs con talento sobrehumano, que superan cada adversidad a base de pasión, disciplina y creatividad. Sin embargo, detrás de esta cortina glamorosa se esconde una realidad amarga que afecta a miles de trabajadores: explotación laboral, malos tratos, adicciones, discriminación y presión constante.

Es momento de mirar de frente esta situación, sin edulcorantes ni adornos. Si para sostener un negocio gastronómico es necesario recurrir a prácticas abusivas, la única conclusión ética y lógica es clara: ese negocio debe cerrarse de inmediato.

La cocina es uno de los sectores más demandantes en cuanto a horarios. Jornadas interminables de 12 o más horas al día, seis o incluso siete días a la semana, son la norma en muchos establecimientos. A menudo, el discurso de "la pasión por la gastronomía" se utiliza como excusa para justificar lo injustificable. Pero ¿qué hay detrás de estas jornadas extenuantes? La realidad es que se trata de explotación pura y dura, disfrazada de una supuesta entrega al arte culinario.

No se trata de "ser fuerte" o de "aguantar"

Ningún ser humano debería estar sometido a semejantes horarios. No se trata de "ser fuerte" o de "aguantar". El cuerpo y la mente tienen límites, y superarlos de manera constante no es una muestra de compromiso, sino de abuso. Si un restaurante necesita que sus empleados trabajen más horas de las legalmente permitidas para funcionar, lo que debería hacer es cerrar las puertas. Simple y llanamente.

La cocina profesional ha sido un caldo de cultivo para jefes y dueños de restaurantes que ven el maltrato verbal y físico como una herramienta de gestión. Las historias de chefs que insultan humillan y, en ocasiones, agreden a sus empleados no son infrecuentes. Este comportamiento se ha romantizado como parte del "carácter fuerte" necesario para sobrevivir en el sector.

Nada justifica este tipo de violencia. No es exigencia, no es disciplina; es abuso. Si un chef o propietario necesita tratar mal a su equipo para obtener resultados, está fallando como líder y como ser humano. Nadie debería temer ir a trabajar. Si una cocina no puede funcionar sin gritos y amenazas, es otra que debería cerrarse de inmediato.

La presión en las cocinas es brutal. La velocidad, la precisión y la constante tensión hacen que muchos trabajadores recurran al consumo de drogas y alcohol para soportar el ritmo. Lo más alarmante es que, en muchos lugares, este consumo no solo es tolerado, sino que es parte de la cultura del sector. Las drogas se utilizan para aguantar las largas jornadas, y el alcohol para "desconectar" tras un turno infernal.

Esta dinámica no solo pone en riesgo la salud física y mental de los trabajadores, sino que también perpetúa un ciclo de dependencia. Los restaurantes que se nutren de empleados en estas condiciones están directamente contribuyendo a su destrucción. Si un establecimiento necesita que sus empleados estén drogados o borrachos para seguir funcionando, debería cerrar inmediatamente.

La misoginia en las cocinas profesionales es un problema gravísimo. Las mujeres que trabajan en este sector se enfrentan a una doble carga: la presión del trabajo y la lucha constante por ser tratadas con respeto. Los comentarios sexistas, las agresiones físicas y verbales, y la falta de oportunidades de ascenso son barreras habituales.

No basta con pedir disculpas o implementar políticas superficiales de igualdad. Si un restaurante permite o fomenta el acoso y la discriminación hacia las mujeres, no merece seguir funcionando. El machismo no puede ser parte de la receta de ningún negocio.

En muchos restaurantes, los salarios son tan bajos que apenas alcanzan para cubrir las necesidades básicas de los trabajadores. A esto se suma la falta de seguridad social adecuada y la ausencia de beneficios como las vacaciones pagadas. Mientras tanto, los propietarios y chefs reconocidos acumulan fama y fortuna a costa de sus empleados.

La precarización laboral es una forma más de explotación. Si un negocio no puede pagar un salario digno a su personal, entonces no tiene viabilidad económica real. Las cocinas que sobreviven gracias a la explotación financiera de sus trabajadores son negocios insostenibles y deberían cerrar.

El nivel de presión en una cocina profesional es tan alto que, para muchos, es incompatible con una vida familiar o personal. Las largas horas y la demanda constante impiden que los trabajadores puedan disfrutar de tiempo de calidad con sus seres queridos. La conciliación familiar es prácticamente imposible, lo que afecta la salud mental y emocional de los empleados.

Un restaurante que requiere que sus empleados sacrifiquen su vida personal para mantener el negocio a flote no merece existir. Si la única manera de hacer funcionar un restaurante es exprimir a sus empleados hasta que no les quede vida fuera del trabajo, debería cerrar sus puertas.

Es hora de acabar con la glorificación de la explotación en las cocinas profesionales. La pasión por la gastronomía no puede ser un pretexto para justificar el abuso en ninguna de sus formas. Existen maneras de dirigir una cocina de manera ética, respetuosa y sostenible. Si no puedes hacerlo sin recurrir a alguna de las prácticas mencionadas, entonces lo más honesto y responsable es dejarlo.

El sector de la gastronomía debe evolucionar hacia un modelo más humano. Un modelo en el que se valore el talento, la creatividad y el esfuerzo, pero sin recurrir a la explotación. Los restaurantes que perpetúan estas dinámicas de abuso están destinados a fracasar, no solo económicamente, sino moralmente. Si necesitas abusar de tus empleados para mantener tu restaurante en marcha, ya has fracasado.

El tiempo de las excusas ha terminado. Sabemos que es posible porque son muchos los que lo logran sin recurrir a ninguna de estas prácticas, Si no puedes hacer negocios sin explotar a las personas, dedícate a otra cosa. La cocina no es el lugar para el abuso.

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