Los primeros 2000 días de la vida son cruciales ya que en ellos se forman las bases de nuestro carácter y de nuestra personalidad. Si preguntas a tu madre cómo eras a los cinco o seis años, seguramente te dirá que ya entonces mostrabas los rasgos más definitorios, tu esencia, de carácter personal. Por eso esos 2000 días de crianza son tan importantes.
Esta semana cumplimos nuestros primeros 2000 días contados desde que entraron los primeros alumnos y yo soy de los que defiende que las empresas, las organizaciones, no escapan a las leyes de la naturaleza. Al igual que los organismos vivos, forman parte de un ecosistema complejo y en constante evolución. Al observar el entorno empresarial a través de las lentes de la naturaleza, podemos ver claramente cómo las leyes naturales influyen y moldean el destino de las organizaciones. Aquel que no es útil al ecosistema o que no se adapta a los cambios inevitables, enfrenta la extinción. Esta analogía no solo es poderosa, sino también fundamental para comprender la dinámica de los negocios en el siglo XXI.
En la naturaleza, cada ser vivo tiene un propósito y una función que contribuye al equilibrio del ecosistema. De igual forma, las empresas deben ser útiles a su entorno, ya sea ofreciendo productos innovadores, servicios esenciales o soluciones a problemas sociales y ambientales. Las empresas que fallan en encontrar y mantener su utilidad, inevitablemente, pierden relevancia y, en última instancia, desaparecen. Por ejemplo, marcas icónicas como Blockbuster o Kodak, que en su momento dominaron el mercado, no lograron adaptarse a las nuevas demandas y tecnologías, resultando en su obsolescencia.
Charles Darwin enseñó que la supervivencia no es del más fuerte, sino del que mejor se adapta. Este principio es igualmente aplicable al mundo empresarial. Las empresas deben estar en un estado constante de evolución, listas para adaptarse a los cambios del mercado, las tecnologías emergentes y las preferencias de los consumidores. Aquellas que permanecen estáticas, apegadas a modelos de negocio obsoletos o reticentes al cambio, son rápidamente superadas por competidores más ágiles y adaptables.
El caso de Nokia es un ejemplo paradigmático. En su apogeo, Nokia dominaba el mercado de teléfonos móviles. Sin embargo, su incapacidad para anticipar y adaptarse a la revolución de los smartphones liderada por Apple y Android resultó en una dramática caída. Este fracaso no se debió a la falta de recursos o capacidad, sino a la falta de adaptación y visión para el futuro.
En los ecosistemas naturales, la competencia y la colaboración coexisten y son esenciales para la supervivencia. Las empresas también deben encontrar un equilibrio entre competir y colaborar. La competencia impulsa la innovación y la mejora continua, mientras que la colaboración permite aprovechar sinergias y crear valor compartido. Empresas que entienden cuándo competir y cuándo colaborar suelen prosperar en el largo plazo.
Un buen ejemplo de esto es la industria tecnológica, donde empresas como Apple y Samsung compiten ferozmente en algunos ámbitos, mientras colaboran en otros, como en la cadena de suministro de componentes. Esta dualidad les permite fortalecer su posición en el mercado global y continuar innovando.
Por último, la sostenibilidad se ha convertido en una cuestión de supervivencia tanto en la naturaleza como en los negocios. En un mundo donde los recursos son finitos y las preocupaciones ambientales son crecientes, las empresas que ignoran la sostenibilidad corren el riesgo de quedar rezagadas. Aquellas que adoptan prácticas sostenibles no solo contribuyen a la salud del planeta, sino que también mejoran su propia viabilidad a largo plazo.
El CIB tampoco puede escapar a las leyes de la naturaleza. Debe ser útil, adaptable, equilibrar competencia y colaboración, y adoptar la sostenibilidad como una prioridad. Solo aquellas empresas que logran hacerlo no solo sobreviven, sino que prosperan en este ecosistema empresarial en constante cambio. La clave está en observar, aprender y aplicar las lecciones que la naturaleza nos ofrece, asegurando así un futuro dinámico y resiliente.
Hemos terminado nuestra primera etapa de aprendizaje, sabemos mucho más ahora que cuando iniciamos este reto en 2019. Tal como estaba previsto entonces, no ha sido fácil, pero nos enorgullecemos del resultado. Ocupamos una posición muy privilegiada en nuestro rincón de este ecosistema. Tenemos un equipo humano muy profesional, involucrado y comprometido con este proyecto educativo de escala internacional.
Durante estos 2000 días nos hemos formado, adquirido un carácter y asentado una cultura organizacional propia y única. Lo hemos hecho con los más de 200 profesionales que han sabido adaptarse y cumplir nuestras exigencias de calidad pedagógica, sabiendo que no es nada fácil desaprender para no salir despedidos por esta fuerza centrífuga de la adaptación. Y gracias a los más de mil alumnos que han pasado por nuestro centro desde el 8 de enero de 2019. Todos y cada uno de ellos ha contribuido a formar, establecer y asentar este carácter tan especial que es el Culinary Institute of Barcelona, el CIB, adoptando nuestros valores como arma de desarrollo y así aportar su granito de arena en la mejora del ecosistema de la industria de la restauración.
A todos, muchas gracias por acompañarnos en este emocionante viaje que es la construcción de un mundo algo mejor. Acabamos de empezar.
Ferran Fisas
Presidente y Fundador del Culinary Institute of Barcelona